Lisp: El lenguaje que pensó fuera del paréntesis

TL;DR: Lisp no solo es uno de los lenguajes más influyentes de la historia, es también una ventana a una manera distinta —y fascinante— de entender la programación y la creatividad detrás del software.

Siempre me consideré más cercano a la literatura que a la informática, hasta que un viejo profesor soltó una frase que me marcó: ‘Lisp es el único lenguaje que realmente puede programarse a sí mismo.’ En esa época, me parecía solo otra curiosidad tecnológica. Hoy, después de sumergirme en la historia detrás de Lisp, pienso que pocas cosas han cambiado tanto nuestra forma de escribir código. Pero también —y esto es personal— pocas veces he reído tanto como al ver cómo un genio fue expulsado de la universidad no por malas notas, sino por negarse a hacer ejercicio físico. Bienvenidos a una historia de paréntesis, desafíos, y un enfoque inesperado para la programación.

Un genio inconforme: John McCarthy y su insólito camino

Una infancia de mudanzas y libros poco comunes

A veces me pregunto: ¿cómo se forja un genio? John McCarthy, el creador de Lisp, nació en 1927 en Boston, en el seno de una familia de inmigrantes. Su padre era irlandés, su madre lituana. Pero lo que realmente marcó su niñez fue la Gran Depresión. Imagínate crecer en una época donde mudarse era casi rutina, porque tus padres iban de ciudad en ciudad buscando trabajo.

No era solo el hambre de oportunidades, sino también una casa llena de ideas. Los padres de John eran comunistas, así que en vez de cuentos clásicos, él leía libros soviéticos y aprendía ruso desde pequeño. ¿Te imaginas? Mientras otros niños jugaban, él descifraba textos de matemáticas y ciencia en otro idioma.

Un genio autodidacta y… ¿alérgico a la gimnasia?

Cuando McCarthy llegó a la adolescencia, ya era un auténtico prodigio en matemáticas. Tanto, que al entrar en la prestigiosa Caltech (California Institute of Technology), se saltó los dos primeros años de la carrera. ¿Por qué? Porque ya se los había estudiado por su cuenta.

Pero aquí viene el giro inesperado. Uno pensaría que un genio así solo cosecharía éxitos. Pues no. Resulta que Caltech tenía una regla: todos los estudiantes debían asistir a clases de educación física. John, que era brillante con los números pero no tanto con el deporte, simplemente no iba. ¿El resultado? Expulsado.

‘Nuestro genio iba 2 años por delante en matemáticas, sí, pero ocho por detrás en ejercicio físico.’

Me hace sonreír pensar que, a veces, los sistemas no están hechos para los inconformes.

El ejército: una vía insólita de regreso

¿Y ahora qué? McCarthy no se rindió. Su única opción para volver a la universidad fue alistarse en el ejército. Sí, suena raro, pero era la única forma de ser readmitido en Caltech. Así que, tras sudar la camiseta (literalmente), logró volver y terminar su carrera de matemáticas.

  • Expulsión de Caltech: Por no cumplir con la educación física.
  • Alistamiento en el ejército: La insólita vía para regresar a la universidad.
  • Graduación en Caltech: Finalmente, lo logró.

De Princeton al nacimiento de la inteligencia artificial

Después de Caltech, McCarthy no se detuvo. Se fue a Princeton para hacer su doctorado. Allí, entre pizarras llenas de ecuaciones y debates interminables, empezó a gestarse la idea de la inteligencia artificial. No exagero si digo que, sin ese camino lleno de obstáculos, quizás la historia de la IA sería muy distinta.

A veces, pienso que la genialidad no solo se mide por los logros, sino por la capacidad de desafiar lo establecido. McCarthy lo hizo una y otra vez, desde su infancia llena de mudanzas y libros soviéticos, hasta su insólito regreso a la universidad tras ser expulsado por no hacer gimnasia.

¿Quién diría que el padre de la inteligencia artificial casi se queda fuera por no querer correr unas vueltas?

El nacimiento de la inteligencia artificial y el genio colectivo

El nacimiento de la inteligencia artificial y el genio colectivo

Un término que cambió el mundo

A veces, una idea nace en el momento justo. En 1955, John McCarthy estaba trabajando como profesor en Dartmouth, New Hampshire. Fue allí donde, tras darle muchas vueltas, acuñó dos palabras que hoy escuchamos por todas partes: inteligencia artificial.

Antes de eso, la gente usaba términos como “cibernética” o “procesamiento de información complejo” para hablar de máquinas que pudieran pensar. Pero nada era tan claro ni tan ambicioso como lo que McCarthy tenía en mente.

La conferencia de Dartmouth: el punto de partida

¿Te imaginas estar en la sala donde todo empezó? En el verano de 1955, McCarthy decidió organizar una conferencia para aclarar y desarrollar las ideas sobre máquinas pensantes. No fue tarea fácil. ¿Cómo llamar a ese evento? Tras mucho pensarlo, eligió el término neutral y visionario: inteligencia artificial.

Pero McCarthy no estaba solo. Se rodeó de auténticos gigantes:

  • Claude Shannon: el padre de la teoría de la información.
  • Marvin Minsky: cofundador del laboratorio de IA del MIT.
  • Nathaniel Rochester: arquitecto de la computadora IBM 701.

Juntos, escribieron una propuesta a la Rockefeller Foundation. ¿El objetivo? Conseguir fondos para un seminario de verano en Dartmouth. Así nació el primer seminario de la historia sobre inteligencia artificial.

Once mentes, una meta

Ese verano, 11 expertos en computación y matemáticas se reunieron en Dartmouth. No era una reunión cualquiera. Era, literalmente, el nacimiento de un campo nuevo.

  1. Querían crear máquinas que usaran lenguaje.
  2. Buscaban que esas máquinas formaran abstracciones y conceptos.
  3. Soñaban con resolver problemas que, hasta entonces, solo los humanos podían enfrentar.
  4. Y, lo más audaz: que esas máquinas pudieran mejorarse a sí mismas.

¿Ambicioso? Sí. ¿Imposible? Para ellos, no.

“Máquinas pensantes, vamos, lo que hoy llamamos inteligencia artificial.”

El caldo de cultivo perfecto

La inquietud intelectual de McCarthy fue el motor. Reunió a figuras clave, firmó la “carta magna” de la IA y bautizó formalmente el campo. Ese entorno, lleno de ideas frescas y debates intensos, fue el caldo de cultivo donde surgiría algo aún más revolucionario: Lisp.

A veces pienso en ese verano de 1955. ¿Sabían ellos que estaban cambiando el futuro? Quizá sí, quizá no. Pero lo cierto es que, desde entonces, la inteligencia artificial dejó de ser solo ciencia ficción. Se convirtió en una meta real, con nombre propio y un grupo de soñadores dispuestos a todo.

Lisp: más allá del lenguaje, un acto de rebeldía creativa

Lisp: más allá del lenguaje, un acto de rebeldía creativa

¿Alguna vez te has preguntado cómo sería crear un lenguaje que realmente piense? John McCarthy sí. Y no solo lo pensó, lo hizo. Así nació Lisp, un lenguaje que no solo resolvía problemas, sino que parecía tener vida propia.

El origen: una idea que no encajaba en los moldes

McCarthy quería algo diferente. Fortran e IPL (Information Processing Language) le inspiraban, pero también le frustraban. Fortran era potente para cálculos matemáticos, sí, pero no entendía de listas ni de lógica simbólica. IPL, por su parte, era demasiado experimental. Así que McCarthy apostó por las listas y las expresiones simbólicas (las famosas S-expressions).

¿El resultado? Un lenguaje que podía manipular ideas, no solo números. Eso era revolucionario. Y, como suele pasar, la genialidad vino acompañada de un poco de rebeldía y mucho de accidente feliz.

Los paréntesis: un accidente que cambió la historia

Todos bromeamos con los paréntesis de Lisp. Pero, ¿sabías que su uso masivo fue pura casualidad? La IBM 704, la máquina donde nació Lisp en 1958, no tenía corchetes en el teclado. Así que McCarthy y su equipo, simplemente, los descartaron. Se quedaron solo con los paréntesis redondos.

Esto, que parece un detalle menor, terminó definiendo la estética y la sintaxis de Lisp. Nadie escribe matemáticas así en papel, pero en Lisp, los paréntesis se volvieron su seña de identidad.

Estudiantes atrevidos y la magia de lo práctico

A veces, la teoría y la práctica parecen mundos separados. Pero en el MIT, un joven estudiante llamado Steve Russell decidió que la función Eval de Lisp no solo debía ser leída, sino ejecutada. McCarthy dudó. Le dijo: “Estás confundiendo la teoría con la práctica”. Pero Russell lo hizo de todos modos. Y así, con tarjetas perforadas y mucha osadía, nació el primer intérprete de Lisp.

Esa dualidad —teoría y práctica— es parte del encanto de Lisp. Un lenguaje que nació para pensar, pero que también podía hacer. Y vaya si lo hizo.

De lenguaje simbólico a motor de la inteligencia artificial

Lisp no se quedó en los laboratorios. En los años 70 y 80, se convirtió en el idioma de la inteligencia artificial. Sus expresiones simbólicas eran perfectas para representar conocimiento, reglas y lógica. Su sintaxis regular facilitaba llevarlo de una máquina a otra.

Pero la historia no termina ahí. Los programas de IA crecieron tanto que las computadoras de la época no daban abasto. ¿La solución? Crear hardware especializado: las máquinas Lisp. Ordenadores diseñados solo para ejecutar Lisp, con gráficos y animaciones que parecían ciencia ficción.

Hoy, cuando hablamos de NPUs (procesadores de IA) en nuestros dispositivos, estamos repitiendo la misma historia. La tecnología se adapta a las ideas, no al revés.

“Cuando algo no existe, los genios lo crean desde cero.”

Conclusión: el legado de una rebeldía creativa

Lisp es mucho más que un lenguaje de programación. Es el resultado de decisiones poco ortodoxas, de limitaciones convertidas en virtudes y de una comunidad que nunca tuvo miedo de experimentar. Su influencia en la inteligencia artificial y en la informática moderna es innegable.

A veces, las mejores ideas nacen de la necesidad, la curiosidad y, por qué no, de un teclado sin corchetes. Lisp nos recuerda que pensar fuera del paréntesis es, en realidad, el primer paso para cambiar el mundo.

 

¡Felicitaciones a LinuxChad por el contenido tan interesante! Échale un vistazo aquí: https://youtu.be/-QHTPXOHvIo?si=ZHyCDww4PrvLXosU.

Sugiero leer el artículo “Beating the Averages” de Paul Graham en https://www.paulgraham.com/avg.html